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La Ejecución de Sadam Hussein
José Gregorio González Márquez
Caminosaltair@hotmail.com
Condenar a muerte a un individuo por crímenes cometidos, resulta usual en algunos países del mundo. Aun cuando el reconocimiento de los derechos humanos ha avanzado en el planeta no deja de ser grotesco el espectáculo armado alrededor de la ejecución del exmandatario iraquí Sadam Hussein. Los Estados Unidos artífices de una guerra en la que el pueblo iraquí lleva la peor parte, incidió directamente en la captura y posterior procesamiento del líder. La sentencia: muerte en la horca.
Al mejor estilo de los enlatados norteamericanos del viejo oeste donde se ve como son condenados y ahorcados los villanos, las cadenas de noticias del norte se dieron a la tarea de seguir minuto a minuto la ejecución. CNN se regodeaba repitiendo con frecuencia las imágenes donde aparecía Hussein en el momento en que los verdugos colocaban el lazo corredizo en su cuello. El tratamiento de la noticia despertó el morbo de los televidentes.
Jamás podremos estar de acuerdo con gobernantes que vuelvan las armas del ejército hacia su pueblo; quizás Sadam Hussein merecía un castigo ejemplar por la matanza que cometió en contra del pueblo kurdo pero de allí a ser condenado a muerte y convertir ésta en un carnaval, dista mucho del sentimiento de humanidad que debemos tener los habitantes de este mundo. Llevar ante la justicia a los dictadores responsables de muertes, persecuciones, desapariciones, torturas y exilios resulta imperante. Sujetos como Pinochet, Videla, Strossner, Somoza, Franco y otros que marcaron la historia de Hispanoamérica nunca fueron enjuiciados a pesar de las evidencias en su contra; sin embargo, la sanción moral está presente en la conciencia de los pueblos que sometieron.
Los crímenes contra la humanidad se han convertido en titulares destacados en los diarios del mundo. La población civil recibe la mayor parte de la agresión y su sufrimiento se caracteriza por la carencia de justicia. En Irak, los Estados Unidos se han dedicado matar sistemáticamente a los civiles; con el cuento de la presencia de armas químicas – que por cierto nunca fueron encontradas – invadieron un territorio que no les pertenecía y del que solo ansiaban su petróleo. La matanza al pueblo iraquí es salvaguardada con el eufemismo de “daños colaterales” y para mayor vergüenza cuenta con el apoyo de otros países que dicen respetar los derechos humanos. Entonces quién merece ser juzgado por los seiscientos mil muertos que ha producido esta invasión.