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¿Si los ’paras’ no fueran narcos?

Publie le Lunes 21 de febrero de 2005 par Open-Publishing

Por D’Artagnan

Tres visiones distintas sobre los paramilitares.

Claro que no son buenos -porque resultan desconcertantes- los bandazos del Gobierno en relación con el tema ’verdad, justicia y reparación’ en el proceso de paz con los paramilitares. Pero por encima de tanta contradicción, o al margen de esta, vienen algunas reflexiones a la cabeza que -como ahora se estila- formulo a título personal.

Es útil no olvidar que los llamados grupos de autodefensa surgen a raíz de que el Estado no es capaz de afrontar con éxito los embates guerrilleros en determinadas regiones literalmente asoladas por este tipo de subversión. Son grupos de justicia privada conformados en esencia por ganaderos y dueños de fincas abandonadas, víctimas del secuestro y la persecución. Grupos armados ilegales con ese fin. Es decir, para neutralizar las arremetidas de la guerrilla y erradicarla de las zonas que tenían tomadas.

Por eso -para no engañarnos- los paramilitares suscitan simpatías al menos en aquellas regiones donde triunfaron militarmente y lograron dominarlas, a unos costos criminales horribles, muchas veces traducidos en masacres de pueblos enteros donde las Farc se habían enquistado. Aparte de la violencia utilizada para aplicar a su manera la famosa ley del talión, el problema más grave de los ’paras’ es que se contaminaron del negocio de la droga y terminaron desplazando y reemplazando a los guerrilleros (en un momento considerados como el tercer cartel en Colombia) de la actividad del narcotráfico. Por eso mismo se dice hoy de varios jefes de las autodefensas eso: que como narcotraficantes son muchísimo más poderosos que lo que inclusive llegó a ser, en su época dorada, el cartel de Cali o el propio cartel de Medellín.

Ocurre entonces que, al amparo de un proceso de paz como el de Santa Fe de Ralito, distintos sectores de la sociedad tienen intereses diferentes -y además encontrados- frente a sus desarrollos y, sobre todo, en qué han de culminar. Y no solo la sociedad colombiana sino la comunidad internacional, incluyendo o quizás comenzando por los Estados Unidos.

Un sector -más bien urbano- considera que tiene que haber ’verdad, justicia y reparación’, concretamente con quienes han sido víctimas de todos los excesos de los paramilitares. Es, pues, una vertiente -sobre todo en ámbitos académicos- que exige que haya leyes duras para cuantos son considerados peores delincuentes que los guerrilleros.

Por otra parte, los gringos -quienes aquí tienen dirigentes políticos que se identifican con sus planteamientos o se ciñen a sus ordenanzas- reclaman transparencia en este proceso, lo cual significa: 1) No eliminar la extradición para aquellos jefes ’paras’ que están formalmente solicitados por el gobierno norteamericano. 2) Penas que no impliquen absoluta impunidad. 3) Confesión en el sentido de conocer sus posesiones económicas ilícitas y en el entendido de que, una vez haya paz, tales paramilitares no queden multimillonarios. 4) Entrega de laboratorios y revelación de rutas del narcotráfico. Sin duda no son ’pendejaditas’, para quienes hoy mantienen tan lucrativo negocio...

Y hay un tercer sector que podría denominarse como la Colombia invisible. Esto es, aquel que por simpatizar con su causa, por razones que para otros pueden ser sinrazones, pide que haya un tratamiento blando en aras de su reincorporación a la vida civil. Aún más: preferirían que los paramilitares no desaparecieran del mapa geográfico y político, o al menos no del todo, pues sospechan que, al hacerlo, la guerrilla volverá a sus anchas de donde ya fue abatida o expulsada por los ejércitos de las autodefensas.

¿Cuánta de esa Colombia invisible y predominantemente rural piensa así, en contraposición con la Colombia intelectual y legalista que juzga que a los ’paras’ hay que juzgarlos -valga la redundancia- con todas las de la ley? Eso, hasta el momento, se ignora. Curiosamente no hay encuestas que reflejen la realidad. Y lástima que no las haya porque quizás más de un citadino saltaría de su poltrona para llevarse una buena sorpresa. No es improbable, además, que cuando Francisco Santos, vicepresidente de la República, propone una confesión sin efectos penales para los paramilitares porque considera que "sin perdón, no hay paz", esté pensando en esa otra cara de Colombia que nadie sabe a ciencia cierta de qué tamaño es. Un ’Tribunal de Reconciliación’ lo llama Pacho y hasta propone nombres específicos para que lo integren sacerdotes como Horacio Arango, Francisco de Roux y Alfonso Llano; el escritor William Ospina; el empresario Nicanor Restrepo; Antanas Mockus, Lucho Garzón y Angelino Garzón. De estos, el único que más o menos ya dijo no fue Garzón, el alcalde de Bogotá.

Si los paramilitares no estuvieran involucrados en el negocio del narcotráfico, ¿serían los Estados Unidos tan implacables, como son hoy, para perdonarlos y aun olvidar sus fechorías? Pregunta válida porque, a lo peor, tal ha sido el gran error estratégico de aquellos. Es decir, que para E.U. los ’paras’ son malos por narcos, más que por paramilitares. Lo que no ocurre frente a la guerrilla que, además de secuestrar a ciudadanos estadounidenses, ideológicamente piensa en forma muy distinta del Tío Sam.

El problema real es que los principales cabecillas de las Auc se entregarían -posiblemente dispuestos a contar muchas cosas- siempre y cuando no los extraditen. Este Gobierno mejor que nadie lo sabe. ¿Hasta dónde Mr. Bush está dispuesto a tragarse semejante sapo, en aras de un proceso de paz interno que posiblemente no le interesa, salvo por el tema del narcotráfico? That is the question.


Fuente: El Tiempo