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Por Carlos Bongcam
Existen miles de intelectuales liberales empeñados en desacreditar a los servicios públicos, argumentando la supremacía de la administración privada por sobre la pública, con el fin de privatizarlos. Esto no es ninguna novedad. Lo que sí echo de menos es que ningún economista neoliberal haya propuesto la privatización de las fuerzas armadas y policiales. Porque la propiedad privada de las cárceles, públicas y secretas, ya ha sido puesta en marcha, aunque por ahora parcialmente, en varios países.
Los economistas neoliberales no se han puesto a pensar, quizá por la inexistencia del gurú respectivo (el que perfectamente podría ser yo mismo) en las ventajas comparativas que tendría para la economía de los países el que los capitales privados se hicieran cargo de las fuerzas armadas y policiales, las que tendrían que dar un buen servicio y autofinanciarse.
A mí se me ocurre, pensando como economista neoliberal, que la propiedad de estas empresas de la fuerza debería repartirse en acciones al portador, de modo que cada ciudadano pudiera comprar en la bolsa la cantidad de acciones que su sueldo le permita. Así nadie podría decir que la privatización no fue democrática. Organizadas estas instituciones como sociedades anónimas, sería muy difícil en el futuro culpar a los políticos de las futuras guerras o del aumento o disminución de la delincuencia.
A fin de que los lectores puedan comprender mejor este planteamiento, haré una breve reseña de las ventajas comparativas de esta brillante idea neoliberal, tomando por separado a cada una de las ramas de las fuerzas armadas, y comenzando por las fuerzas policiales.
La policía uniformada, encargada de mantener el orden público interior de las repúblicas, tendría que autofinanciarse y obtener utilidades, rasgos éstos últimos que por no existir actualmente permiten que esta actividad se realice con grandes despilfarros y enormes pérdidas.
Muchos se estarán preguntando cómo se podría autofinanciar la policía. Nada más sencillo: si una industria, empresa o banco necesita protección para trasladar mercaderías o dinero en efectivo, tendría que llamar a la comisaría más cercana y la policía organizaría la protección solicitada previo acuerdo económico o tarifados preestablecidos. Para poner en funciones la “mano invisible” del mercado que hace posible, según la doctrina neoliberal, la libre competencia, debería haber plena libertad para organizar policías privadas. En el caso del ejemplo, sería algo muy parecido a las actuales empresas de vigilantes y cuidadores, que no tienen a su disposición el armamento de que dispondrían estas nuevas fuerzas policiales.
Los policías del tránsito cobrarían directamente las multas a los infractores y peaje a los conductores aprovechando las luces rojas, proporcionando al mismo tiempo el servicio de pasarle un pañito húmedo al vidro del parabrisa. En este último servicio los policías tendrían la competencia de los jóvenes que actualmente lo prestan, lo que redundaría en un claro beneficio para los usuarios.
En la privatización de las fuerzas armadas, vale decir, el ejército, la marina y la fuerza aérea, para que rigiese la libre competencia, también debería haber plena libertad para organizar ramas privadas. De tal modo que, organizadas como sociedades anónimas, se tendría varios ejércitos, varias flotas de guerra independientes y varias fuerzas aéreas. Compitiendo entre sí, estas fuerzas armadas tendrían bajo su responsabilidad, los ejércitos, el resguardo del territorio nacional y las fronteras terrestres; las marinas de guerra, el resguardo de la soberanía sobre el mar océano, sus límites y sus recursos y, las fuerzas aéreas, el resguardo del espacio aéreo terrestre y marítimo.
Para autofinanciarse y producir utilidades, estas fuerzas tendrían que desarrollar, sólo a modo de ejemplo, algunas u otras de las actividades que para cada especialidad someramente se describen.
En función del autofinanciamiento y la obtención de utilidades, durante los períodos de paz, los ejércitos organizarían paradas y desfiles, cobrando al público por las entradas a presenciarlos. Los soldados con adiestramiento especial darían funciones en teatros, estadios y locales públicos, cobrando por las entradas. Los ejércitos podrían organizar escuelas de artes marciales para la población, cobrando por las matrículas y los cursos. Lo mismo podrían organizar escuelas privadas de tiro al blanco y manejo de armas.
En tiempo de paz, las marinas de guerra estarían autorizadas para cobrar los derechos de pesca en las aguas territoriales, y de esta forma se terminarían las evasiones a que están acostumbradas las empresas pesqueras internacionales. Las marinas tendrían el derecho a pescar un cierto tonelaje de peces para su autoconsumo. Además, estas empresas marinas podrían organizar tures de pesca deportiva en alta mar y viajes especiales a la Antártica, lo que sería un gran atractivo para los turistas internacionales y nacionales.
En tiempo de paz, las fuerzas aéreas, además de patrullar los cielos del país, actividad de utilidad económica y práctica harto discutible, podrían organizar viajes nacionales ultra rápidos para altos ejecutivos, utilizando sus aviones supersónicos que ahora sólo usan para hacer inútiles acrobacias. Además, podrían autofinanciarse organizando festivales aéreos que tendrían que financiar los espectadores.
En caso de guerra, las ramas de las fuerzas armadas se verían beneficiadas con la venta a particulares de los territorios conquistados, repartiéndose los beneficios por la razón o la fuerza.