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¿los historiadores tienen patria?

Publie le Jueves 22 de septiembre de 2005 par Open-Publishing
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¿LOS HISTORIADORES TIENEN PATRIA?
Reflexiones de un peronista ante la proliferación de nuevas y dañinas “Flores de Romero”.
Por Dardo Olea

Romero y Romerito
Arturo Jauretche denominaba intelligentsia al extendido contubernio de políticos e intelectuales unidos por un cosmopolitismo elitista, que con la estética excusa de un internacionalismo de vanguardia, despreciaba todo lo que oliera a popular y a nacional. Con su habitual agudeza, Don Arturo señalaba que era en el campo universitario, desvirtuado el espíritu americanista de la Reforma del 18, donde la intelligentsia hacía los mayores estragos
Producida la derrota del campo popular en Setiembre de 1955, los usurpadores fusiladores colocan al frente de la Universidad de Buenos Aires como Delegado Interventor de la misma, a José Luis Romero. Este era un liberal que despreciando la reiterada voluntad de la mayoría de los argentinos, había establecido per se que el gobierno democrático del general Perón era una “dictadura”. Que la Universidad Oficial era un oprobio y por lo tanto, era él, Romero, a quién la Divina Providencia había señalado para crear una “Universidad en las sombras”. Esta tomó la forma de una revista: Imago Mundis. Esta publicación más allá de su tan cacareada atribución de renovación intelectual, no fue más que una tribuna golpista.
Resultó entonces lógico que los usurpadores retribuyeran la tarea conspirativa de Romero otorgándole la sinecura de la UBA. Este “democrático” aprovechó bien la bolada. Creó la Cátedra de Historia Social, donde formó una cohorte de seguidores, dignos representantes de la intelligentsia, verdadera cáfila tartuferaria a quién con criollísimo gracejo, Jauretche denominó como “Flor de Romero”.
Pasaron los años y las décadas. Ya no están ni José Luis Romero ni (lamentablemente) Arturo Jauretche. Otros tiempos han sobrevenido. Ciertas cuestiones parecen superadas....aparentemente. Tuvimos, sufrimos, padecimos, la más cruel dictadura. Tenemos desde hace dos décadas continuidad institucional. Las nuevas generaciones toman como algo “naturalmente dado” el votar regularmente por políticos a quienes desprecian pero sin embargo renuevan cada dos años el mandato.
La pasión política parece haber quedado irremediablemente en el pasado. Y tras esa apatía emerge una operación de igual signo: relativizar hasta el ninguneo ciertos valores del pueblo argentino. Especialmente el valor del término Patria. Fundamental protagonismo en esa operación tiene el cuerpo de historiadores universitarios, hegemónicos dentro de su campo desde 1983. Y vuelve entonces como espectro del pasado un apellido: Romero. Aunque ya no José Luis, sino su hijo, Luis Alberto.
Luis Alberto Romero no solo detenta continuidad de apellido. Es al igual que su finado padre, titular propietario de una controvertida Cátedra de Historia Social en la UBA. A lo largo de estos años hubo varios intentos de acabar con la omnipresencia de Romero y su pandilla intelectual. Así surgieron varias “Cátedras Paralelas”. Todas ellas terminaron en el fracaso. Es que el hombre tiene poder. No solo como historiador.
Digámoslo de una vez: Luis Alberto Romero es el “operador en jefe” de una empresa cultural bancada por el Multimedios Clarín, empeñada orgánicamente en pasteurizar el pasado, y al pueblo al que pertenece ese pasado. En esa tarea persistente de desvirtuación masiva el persistente Romero está siempre en pública primera fila. Ha dirigido una colección de Editorial Sudamericana, y suplementos (con CD-ROM de apoyo incluido) en el diario Clarín.

El pecado de formar argentinos
Y como frutilla del postre, ahora aparece como aparente labor colectiva de un grupo de investigadores (nuevas “Flor de Romero”) dirigidos por el capanga Luis Alberto, el libro La Argentina en la Escuela: la idea de Nación en los textos escolares.
En este libro hacen un “gran descubrimiento”: los manuales de historia no pretenden enseñar historia sino el ritual de ser argentino. Choca a su cosmopolitismo el hecho que el soporte gráfico en que millones de niños se formaron a lo largo de un siglo tuviera como finalidad principal reforzar orgullosamente el sentido de argentinidad.
El libro no tiene páginas sino hojas de afeitar oxidadas que hieren continuamente nuestros más puros sentimientos nacionales. Por ejemplo, no pueden soportar que el Doctor en Ambos Derechos Manuel José Joaquín del Corazón del Jesús Belgrano, fuera a partir de 1810, no solo un hábil abogado sino también un abnegado militar. La excusa de antimilitarismo les sirve para mostrar su odio a todos los militares patriotas que son ejemplo de virtud, llámense Belgrano, Mosconi, Savio, San Martín o Perón.
Se burlan desde su superioridad intelectual de quienes utilizaron voluntariosa y anacrónicamente el nombre de argentino. Escarnecen un Manual de Astolfi porque en el se afirma que en el fuerte de Sancti Spíritu “se cultivó por primera vez el suelo argentino”, o ironizan sobre los “indios argentinos”. En el fondo, tal vez les repela antes que los previsibles anacronismos, el nombre de argentinos, sobre todo si esta denominación tiene mal que les pese, una desinencia aplicable desde hace seis décadas a la mayoría de las habitantes de este suelo que se sienten contentos en su doble condición de argentinos y peronistas. Y en ese orden, porque los peronistas siempre hemos tenido claro el orden de prelación. Como dice una de nuestras máximas: “Primero la Patria, después el Movimiento”. Estas “flores de romeros” tal vez tengan solo como máxima a una administradora de jubilaciones privadas, o a la puta oligarca vernácula que le mete las guampas al príncipe heredero de Holanda. (Pido perdón con este último ejemplo por mi iconoclastía que atenta contra la prensa del corazón a la que adhieren racionales historiadoras universitarias, más afines a consumir en antesalas de ginecólogos, dietistas y sutiles peluqueros, Caras o Gente, antes que un Halperín o un Howsbawn, sin dudas menos glamorosos que la paquetísima ramera citada ).

El mal que aqueja a la Argentina es la extensión
No en vano un traidor como Sarmiento, autor de la frase que da título a este parágrafo es reivindicado bajo un barniz de “análisis objetivo” por estos hegemónicos historiadores universitarios. “Analicemos, no tanto a Sarmiento o a Rosas, como actores individuales sino como emergentes de procesos que superan a sus propias figuras”, repiten hasta el hartazgo las “Flores de Romero”. En aras de una supuesta objetividad y de la preeminencia descarnada del método científico, emparejan por ejemplo a Perón y a Aramburu, a San Martín y a Rivadavia.
Pero la careta se les termina por caer y muestran enseguida sus preferencias antinacionales. A veces con ingenua transparencia, más allá del discurso de superados que elaboran públicamente. Hablan entonces de una tara del ser nacional: “la manía territorial”.
Sergio Kiernan, apologista del “Grupo Romero” en Página 12, instituye per se que el valor fundamental del libro es poner blanco sobre negro esa tara. Sin que se le caiga la cara de vergüenza (en realidad nos da vergüenza ajena trascribirlo) afirma: “La manía territorial hace que aparezcan como importantísimas muchas decisiones menores de la burocracia imperial. Los alumnos argentinos oyen hablar hasta el hartazgo de cosas como la Audiencia de Charcas o las misiones jesuíticas, presentadas como protoargentinas. Para los manuales, Carlos III crea el virreinato del Río de la Plata casi como un reconocimiento de que Argentina ya existe y es una unidad territorial. Los alumnos dejan la escuela con la vaga sensación de que de ese virreinato heredamos derechos sobre el Paraguay, el Uruguay, la Patagonia, Bolivia y las Malvinas, ya que se pinta a esos territorios como efectivamente gobernados desde Buenos Aires.”
Afirmar lo precedente y negar la idea de Patria Grande por la que lucharon San Martín, Bolívar, Artigas o el mismo Juan Manuel al negar ficticias e interesadas independencias al Paraguay y la Banda Oriental, es lo mismo. Los historiadores “Flor de Romero” (y sus exegetas) minimizan la importancia de la Audiencia de Charcas o las misiones del Guairá. Es una manera de negar el origen de la Patria, y a la Patria. Se olvidan estos eruditos (o erutitos) de la preeminencia histórica (económica, social, demográfica) de las regiones del septentrión virreynal o de la importancia de la yerba mate como moneda de intercambio en ese tiempo y espacio. Sobre este último punto dan ganas de gritarles: -“¡Bestias!, relean a Garavaglia, y después opinen”.
En su manía de confundir peronismo con fascismo, estos neoliberales izquierdistas globalizados por derecha, pretenden ver en esta enseñanza una prueba de la “vocación imperial argentina” que se intenta inducir en la mente de los jóvenes educandos. Y no es solo el pasado de grandeza territorial el que les asusta. Cualquier intento de nuestra contemporaneidad de reivindicar derechos sobre los territorios en manos del pirata, los ven como muestra de “autoritarismo nazi”. Son, concientemente o no, funcionales a la campaña de desmalvinización que el imperialismo nos ha impuesto.

Tras un manto de mentiras...
Se alegran Romero y sus florcitas en la página 176 del libro citado, que en referencia a la Gesta de Malvinas, con el correr de los años “la guerra y sus manifestaciones de patrioterismo y desencanto ya han abandonado las preocupaciones centrales de la opinión pública”. Su exegeta Kiernan pone también su granito de antiargentinidad en su comentario de Pagina 12: “Las Fuerzas Armadas hace rato que tienen secuestrada la Geografía y hasta lograron que sea ilegal editar un mapa que ellos no aprueben o produzcan en su Instituto Geográfico Militar. Así nos convencieron de que la Antártida tiene un sector nuestro y que las Malvinas son, fueron y serán argentinas, argumentos ambos que no impresionan demasiado a quienes, pobrecitos, no fueron a una escuela argentina.”
En realidad los pobrecitos son los que en alguna escuela argentina tengan que leer un libro escrito por semejantes intelectuales que utilizan su sapiencia y erudición, no al servicio de su pueblo, sino al de los enemigos de su pueblo. Quién esto escribe, junto con otros compañeros, hace años se sumó a una campaña contra la desmalvinización. Caminamos noches enteras la ciudad, aerosol en mano, pintando muros amigos a favor de celebrar Malvinas el 2 de Abril, día de la recuperación, y no hacerlo en Junio, en los días de la rendición. Logramos el módico e importante objetivo. Nada, si se compara con otros héroes de Malvinas, en especial de aquellos intencionalmente olvidados. Como los que en un Setiembre de 1966 realizaron el operativo Cóndor
Tengo los años suficientes para recordar el episodio. Soy peronista, soy albañil, y rompiendo el estereotipo que la intelligentsia presupone de estas condiciones, estudio Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Rosario. Trasegando pasillos con la asiduidad del eterno Marcelo, (que más que cafetero es una oficina de informes sobre presencias y ausencias de profesores y lugares de dictado de clases), un día me detengo en la Biblioteca de la Escuela de Historia, y ojeo un ejemplar de la revista La Memoria de Nuestro Pueblo. Es el número 3, el de Abril del 2004, y en su interior una nota me impacta. Titulada Dardo Cabo y el operativo Cóndor, lleva la firma de Blanca Cabo, la madre de Dardo.
Blanquita, desde sus jóvenes 88 años realiza un emocionada semblanza de su hijo y del episodio, al que llama patriada. Dice “Hay un detalle en la patriada de “Los Cóndores” que los argentinos no debemos olvidar: 36 horas flameó la bandera Patria Soberana en las Islas Malvinas...no se derramó una sola gota de sangre humana. Valor, organización y patriotismo fueron las armas de estos argentinos.”
Pasaron muchos años de ese 28 de Setiembre de 1966. Dardo Cabo y otros compañeros del operativo desaparecieron durante la dictadura militar. Eran peronistas que entendían desde distintas ópticas su amor a la patria. Hay una escena de la película “No habrá más penas ni olvido” basada en el libro homónimo de Osvaldo Soriano que quiero rescatar en su enorme simbología. Dos militantes se enfrentan a tiros, gritando ambos: ¡Viva Perón! No es incongruencia. Es un momento histórico en que la pasión y el amor desaforado por la patria y el pueblo se tradujeron en esas diferencias. Montos o guardianes, no importa. Parafraseando a un afamado no vidente británico: “los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregiblemente...argentinos”.
Hoy vivimos tiempos descafeinados. La pasión política ha quedado restringida a límites cuasi caricaturescos. La vieja Facultad de Filosofía de los sesenta y setenta dejó lugar a un híbrido presente donde conviven civilizadamente militantes rentados en pulcras mesitas en el Hall, con el melancólico alpedismo dialéctico que practicamos en los bares periféricos.
Llegamos a este estado de anomia con la complicidad de nosotros mismos y la inducción persistente de personajes como esos “Flores de Romero” de los que Jauretche nos advirtió a tiempo. No es tarde para tomar conciencia de la advertencia de Don Arturo. La Patria nunca puede ser mala palabra. La Patria existe, aunque no les guste a quieres prefieren hablar en términos de “imaginarios colectivos”. Pero guay, hegemónicos historiadores universitarios, que de ese “imaginario” puede surgir un “colectivo” que los arrolle. Ese vendaval de la historia no será otra cosa, como afirmaba Scalabrini les avergüenza y a nosotros nos enorgullece.

Dardo Olea
Escuela de Filosofía
Universidad Nacional de Rosario
dardoolea@hotmail..com

Mensajes

  • Muy buena ubicación la tuya. Por fin encuentro alguien que opina como yo. Te cuento que soy docente de sociales en El Trebol, egresada de un profesorado de la ciudad de Santa Fe. Le pasé el artículo a mis alumnos y me animé a comentarles que esto era mas o menos lo que yo pensaba sobre "los historiadores profesionales". Asimismo les comenté que el autor era un albañil que a fuerza de voluntad había llegado a la universidad. Todo un ejemplo de vida el tuyo.Sigue por este camino que somos muchos los que opinamos lo mismo aunque a veces no nos animamos a decirlo a temor de pasar por cavernarios. Profesora Sofía Fernandez Aragmi.